Compartimos con todos ustedes imágenes de Rosh Hashaná de la Sede Belgrano.

martes, 24 de julio de 2007

Tisha Veav

Si queres más información sobre Tisha Veav ingresa aquí


Lineamientos alrededor de Tisha Beav,
Iair Lapid*.


Es el año 67 d.e.c. En la frontera septentrional de Israel, se reúne uno de los ejércitos más grandes del Medio Oriente. Sesenta mil soldados, en su mayoría legionarios romanos veteranos de guerra. Los encabeza el Comandante Aspasianus, un guerrero experimentado y con cicatrices cual Russell Crowe en el film Gladiador, con ambiciones de realeza que, con dificultad, intenta esconder. El César, en ese mismo período, es un alcohólico encendido cuyo nombre es Nerón, que antes de ser asesinado, terminará de incendiar Roma simplemente para ver cómo se ve la ciudad con llamas a su alrededor.

Aspiasianus, como todo soldado veterano, no se apresura demasiado. No tiene ninguna intención de arriesgar a su ejército por las aspiraciones políticas de los jefes de Roma. Él invade Israel con el método del salame: rebana aquí una población, allí una fortificación, se preocupa constantemente por cubrir su trasero para no tener que volver sobre sus pasos con el fin de oprimir alguna insurrección. Después de un año, aproximadamente, llega a Ierushalaim. Detrás de las murallas se encuentra la fuerza judía principal del entonces. Es un grupo nada despreciable. Unos años antes, derrotaron a su predecesor, Galos, en una clásica victoria de pocos frente a muchos. Ellos conocen el territorio, tienen experiencia, encuentran protección tras las murallas más fortificadas de la zona.
Aspasianus levanta una carpa y envía a sus espías (meraglim) para saber qué es lo que están haciendo los judíos. Después de unos días, los espías vuelven con noticias sorprendentes: los judíos se están peleando.

Sí, tampoco él creyó en un principio lo que oía.
Aquella fue –y no crean que ellos no lo entendieron- la hora más difícil que tuvo el pueblo judío en los 500 años desde la destrucción del Primer Beit Hamikdash. Bajo cualquier punto de vista, ese era el momento propicio para la unión nacional pero, como la fábula del sapo y el escorpión que cruzaron el río, los integrantes del pueblo no lograron contenerse. Una cuestión de temperamento.

El fundamento de la discusión era, claramente, Dati-Leumi, religioso-nacional (yo me contengo, me muerdo los labios, casi exploto de tanto que me esfuerzo por no hacer la analogía con los tiempos actuales [en Israel]; sólo me consuelo creyendo que ustedes sí la harán). En el gobierno del entonces, pues, se encontraba Janan Ben Janan, un líder moderado tanto a nivel político como religioso, que quería llegar a un acuerdo de paz con los romanos y terminar la guerra con el mínimo de pérdidas. Ben Janan sabía -como lo sabía todo hombre razonable- que de advenir una guerra frontal, sólo habría una consecuencia posible: Jurbán - destrucción. Su informante dijo que Aspasianus estaba dispuesto a sentarse a una mesa de discusión y que sabía que la mayoría del pueblo apoyaría el acuerdo previsto. Por otra parte, se encontraban los fanáticos. Sus líderes eran Shimón Bar Guiora y Iojanan Gush Jalab, dos religiosos extremistas, cuya solución para aquellas circunstancias aclamaba “Israel confía en D-s”, que es una forma antigua de decir “todo estará bien”.

En el verano del año ´68 tuvo lugar una interrupción imprevista. Nerón murió. Aspasianus, que no quería perderse la carrera hacia la realeza, detuvo el desarrollo militar y viajó a Roma. Durante casi un año, reinó el silencio. Aquella, pues, fue una oportunidad para la población judía de Ierushalaim para recapacitar sobre sí misma, dialogar, arribar a un consenso. ¿Qué hicieron en lugar de esto? Precisamente, se pelearon. Ningún intento contribuyó a apaciguar a los fanáticos. Al parecer de este ferviente sector, el gobierno no era lo suficientemente religioso ni nacional; tampoco era estricto, sospechoso de contenerse en demasía.
Janan Ben Janan, el gobernador que intentó llegar a un acuerdo, fue asesinado. Los moderados retrocedieron. Los fanáticos, por su parte, comenzaron a pelear entre sí, culpándose los unos a los otros de no ser suficientemente leales. En la cúspide de los enfrentamientos, llegaron a quemar los depósitos de comida de Ierushalaim que eran la garantía de la capacidad para resistir. Es de suponer que los romanos, desde afuera, explotaban de la risa.

En la primavera del ´69, Aspasianus se convirtió en César y envió a Tito, su hijo, a finalizar la tarea. No era demasiado difícil. Nunca es difícil cuando tu enemigo da lo mejor de sí para eliminarse a sí mismo. Desde el momento en que las murallas fueron derribadas hasta la destrucción del Beit Hamikdash sólo pasaron cuatro días. Todos los que decían que había que confiar en Dios porque Él habría de cuidarnos, murieron con expresión de asombro. Más tarde, con lucidez, dictó el Talmud: “Ierushalaim fue destruida por Sinat Jinam - el odio gratuito”. En definitiva, nosotros nos lo hicimos a nosotros mismos.





* Fragmentos del libro Omdim Bator, Iair Lapid.

No hay comentarios: